Casa de Neruda en Isla Negra, donde reposan los cuerpos de Neruda y su mujer Matilde Urrutia, que actualmente es un museo en honor del premio Nobel chileno. |
El mar
El Océano Pacífico se salía del mapa. No había donde ponerlo. Era tan grande, desordenado y
azul que no cabía en ninguna parte. Por eso lo dejaron frente a mi ventana.
Los humanistas se preocuparon de los pequeños
Hombres que devoró en sus años:
No cuentan.
Ni aquel galeón cargado de cinamomo y pimienta que lo perfumó en el naufragio.
No.
Ni la embarcación de los descubridores que rodó
Con sus hambrientos, frágil como una cuna desmantelada
En el abismo.
No.
El hombre en el océano se disuelve como un
Ramo de sal. Y el agua no lo sabe.
El mar
El Mar del Sur! Adelante, descubridores! Balboas y
Laperouses, Magallanes y Cookes, por aquí, caballeros,
no tropezar en este arrecife, no enredarse en el sargazo,
no jugar con la espuma! Hacia abajo! Hacia la plenitud
del silencio! Conquistadores, por aquí! Y ahora
basta!
Hay que morir!
El mar
Y siguen moviéndose la ola, el canto y el cuento, y la
muerte!
El viejo océano descubrió a carcajadas a sus descubridores. Sostuvo sobre su
movimiento maoríes
inconstantes, fijianos que se devoraban, samoas comedores
de nenúfares, locos de Rapa Nui que construían
estatuas, inocentes de Tahití, astutos de las islas, y
luego vizcaínos, portugueses, extremeños con espadas,
castellanos con cruces, ingleses con talegas, andaluces
con guitarra, holandeses errantes. Y qué?
El mar
El mar los descubrió sin mirarlos siquiera, con su contacto
frío los derribó y los anotó al pasar en su libro de
agua.
Siguió el océano con su sacudimiento y su sal,
con el abismo. Nunca se llenó de muertos. Procreó en
la gran abundancia del silencio. Allí la semilla no se
entierra ni la cáscara se corrompe: el agua es esperma y
ovario, revolución cristalina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario